Acqua.

-Levántate, débil mujer.- Gruñó con su ronca y agitada voz.
Parecía ser que no era suficiente para él, el haberme golpeado y llenado mis ojos con arena.

El Sol enfurecido quemaba nuestros cuerpos, en una playa sin vista al mar.
Enterré profundamente mis dedos en la arena, cerrando mis puños y sintiendo el árido desierto escurrirse en mis manos.
Levanté la mirada herida, con fulgor, hacia el hombre que yacía parado ante mi.
Hizo una mueca desagradable, y comenzó a caminar a mi alrededor, acechándome.
Una fuerte brisa comenzó a soplar, purificando mi rostro. Cerré mis ojos y levanté mi cara hacia el cielo, respirando profundamente.

-Necesito agua- susurré sin abrir mis ojos.
-Estás en medio del desierto nena, no podrás calmar tu sed, pero quizás puedas calmar la nuestra- Emitió una sórdida carcajada, con sus amigos detrás haciendo eco, apoyados contra una camioneta vieja y gastada.

Sonreí placenteramente, los miré y estiré mi mano hacia ellos, abriendo mis dedos, mientras lentamente la arena se escurría sobre la palma de mi mano.
Entonces sus caras se torcieron del dolor, sus cuerpos levemente se elevaron del suelo, y empecé a sentir una sensación de placer que recorría todo mi cuerpo.
-Ven a mi, sangre de mi sangre- susurré, mientras veía como el agua salía lentamente por todos los poros de su piel, y sus venas estallaban por la presión a la que se sometían sus cuerpos.
El agua comenzó a rodearme y bañarme, acariciando mi piel y fusionándose con todo mi ser.

La sangre se mezclaba con la arena, y los gritos con el viento seco.
Y mi cuerpo entero se regocijaba de recibir agua, agua al fin.
Abracé mi cuerpo entero, relamiendo mis labios, y al apartar mi brazo, los cuerpos, ya hechos polvo, cayeron al suelo abruptamente.
Me paré lentamente, y comencé a caminar siguiendo la carretera, mientras que a mi paso, las nubes negras cubrían el cielo. Pequeñas gotas de lluvia adornaban mi andar en la ferviente arena, que con cada gota, calmaba de a poco su ardor.

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