Sintiendo el frío viento en su cara, que golpea con furia sus mejillas.
Intentando despertarla de su sueño, de ese oscuro sueño.
Las lágrimas se congelan en su piel, y sus ojos cansados sólo desean cerrarse.
Almas perdidas navegando en las profundidades, llamándola a casa.
Sus manos se aferran a la barandilla del puente.
Un puente donde día a día, cruzan miles de almas, que van y vienen, pero en esta noche no hay nadie.
Suelta sus manos, y se deja caer al frío azabache.
Y lo que alguna vez parecía negro, ahora es azul brillante.
El agua la envuelve, las almas bailan con ella, hundiéndola lentamente en las profundidades.
Ya no hay nada que temer, nada que dudar, susurra en su mente en río calmo.
Nada que temer, nada que dudar.
Lentamente abrazó su cuerpo, mientras seguía cayendo en lo profundo.
Esa noche jamás el agua estuvo tan tranquila, jamás el cielo estuvo tan despejado.
Los llantos agudos se desprenden de la brisa nocturna, llevando las noticias a los vivos.
Sirenas de policía y ambulancia iluminaron las aguas e inundaron el espacio.
Pero nada jamás podría hacer que el río devuelva lo que se llevó.
Y nunca jamás, nada será devuelto.
Una mujer miraba desde arriba del puente, a lo lejos, la escena.
Mirando fijamente el agua, como si sus ojos pudiesen ver más allá de la oscuridad.
Cuenta almas como si fuesen ovejas, arrastradas por la corriente.
Y ella sabe mejor que nadie, cuantas almas transitan ese río.
Respira hondo el aire gélido y húmedo, y vuelve a mirar.
Entonces todo se ilumina, y la materia sube a la superficie, pero las almas quedan.
Pero nada jamás podría hacer que el río devuelva lo que se llevó.
Y nunca jamás, nada será devuelto.



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