
La ciudad quedó completamente a oscuras, gritos se escuchaban en lo profundo de los cimientos, desgarradores gritos.
No había luz, que pudiese dar esperanza de que algo iba a mejorar. El fuego devoraba edificios con furia, sin piedad.
Gente corriendo en las calles, se escuchaban armas de fuego disparando contra la oscuridad, en una noche sin luna.
Se abrió paso entre las calles una figura, una mujer, vestida de negro, con una gargantilla y aros de diamantes. Era la única luz en las calles.
Se acercó lentamente a la policía, que intentaba controlar la situación, sin saber quién era enemigo y quién debía ser protegido.
Puso su mano en el hombro del comisario, y le sonrió.
El hombre hizo una seña con su mano, para que le abrieran el paso, y ella caminó hacia adelante.
Colocó su mano en su gargantilla, mientras caminaba y se abría paso entre el caos.
Tiró de su collar, arrancándolo de su cuello, y éste en su mano, se convirtió en un bastón negro con hileras de diamantes, como si estuviese hecho de una piedra preciosa.
Caminó, avanzando con su bastón, y comenzó a cantar:
-¡Hijos de esta ciudad, canten conmigo, dancen conmigo, devuelvan la luz que nos han robado!-
Comenzaron a escucharse cascabeles, y palmas acompañando el compás, y siluetas blancas de niños comenzaron a verse bailando por las calles.
Los faroles se iluminaron, el fuego bajó su furia, mientras ella avanzaba y cantaba.
Un grupo de hombres armados se avalanzó contra ella, y Orión golpeó con fuerza su bastón en el suelo.
Las armas se desintegraron en las manos de quienes las portaban, y el impulso los tiró hacia atrás
Una mujer comenzó a llorar gritando:
-¡Mi hijo! ¡Es mi hijo!- mientras miraba una de las figuras de luz corriendo y riendo en las calles.
Orión sonrió suavemente, pues ese niño había muerto en los disturbios, unas horas atrás.
Pronto toda la ciudad estuvo iluminada de nuevo.
Sus aros de diamantes se desprendieron lentamente de sus orejas, y comenzaron a flotar a su lado.
Orión abrió su mano lentamente, y los aros se convirtieron en 2 esferas de luz incandescente que se expandieron por toda la ciudad a gran velocidad.
Entonces los escombros empezaron a elevarse, los edificios a reconstruirse, como si todo diera marcha atrás.
El caos mismo, comenzó a reiniciarse, y en cuestión de minutos, la ciudad estaba intacta de nuevo.
Se acercó al jefe de las fuerzas armadas, que miraba boquiabierto todo, sin poder creerlo, y le dijo:
-Puedo dar luz, y quitarla, puedo elevar escombros, y construir lo que alguna vez se quebró. Pero no puedo revivir a sus muertos, así que deberán enterrarlos ustedes mismos.
Y con esto, continuó caminando, lentamente, y la oscuridad, en medio de toda la luz, la envolvió, llevándosela sin dejar rastro.


Deja un comentario