Sleeping Beauty

Ramas crujiendo en la oscuridad, retorciéndose, truncándose.
La niña que soñaba con una noche de luna brillante, sólo encontró oscuridad.
Sombras desde los rincones de su cuarto, destellos malignos por debajo de las maderas del piso.
Se tapaba desesperada, buscando en las mantas un halo de Dios.
Pasos, pasos en las penumbras, y risas y coros de carcajadas.
El frío se hizo más tenso y húmedo.
La respiración entrecortada de la niña liberaba un vapor en su pequeña cueva de algodón, que se mezclaba con el frío de muerte.
Ya había escuchado de los seres que habitan debajo de las maderas del suelo, ya sabía ella de aquel que aterra a los niños por la noche.
Su pálido cuerpo empezó a temblar, cuando sintió una mano por sobre las mantas que acariciaba su espalda.
Y las voces, más cerca de su oído, la invitaban a salir afuera a jugar.
-Quítate las mantas, linda.
Susurraban en su oído.
La niña cerró los ojos, y vió horribles criaturas deformes, oscuras y pútridas.
Ánimas perdidas en su cuarto. Intentando vivir a costa suya. Flotando entre las sombras.
La pequeña se ahogó en su llanto y en el pavor que aquellas imágenes le ocasionaban.
-Ven con nosotros, ven a jugar.
Continuaban las voces.
Entonces la pequeña se armó de valor, y de un salto quitó las sabanas y miró hacia la puerta y los rincones de la habitación.
No había nada.
Dicen quienes saben, que una vez que enfrentas a las sombras, jamás las vuelves a ver.
Dicen, quienes lo han vivido, que una vez que comprendes quiénes son las sombras, nunca más vuelves a tenerle miedo a la oscuridad.
Incluso, la misma oscuridad se vuelve tu aliada, es quien te protege durante la noche.

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