
Y lentamente el crudo invierno empieza a colarse en mis huesos, opacando la piel y congelando el corazón.
Las paredes de la torre empiezan a quebrarse, a curtirse. El suelo empieza a poblarse de escarcha. Los gritos ahogados se escuchan, mientras algunos intentan volver a tierra, otros intentan encontrar el perdón a través del sacrificio.
Lo que alguna vez fue hermoso y brillante, hoy estaba partiéndose en dos.
Lo único brillante de esa oscura y terrible noche, fue el rayo que conectó el Cielo, su amado Cielo, con la cúpula de la torre.
Su rey se ahogó en agonía, y se dejó consumir por las llamas.
Se podía ver a lo lejos, como todas las criaturas del bosque se reunían con un solo propósito, cantar una canción.
Desde las profundidades del bosque los tambores y violines se hicieron oír, acompañando el estrepitoso concierto de truenos y rayos.
La tierra estaba de luto, pero el cielo festejaba con ardor y pasión, la noche en la que le cortaron las alas a los hombres.
La noche en la que el trono de oro se fundió con los escombros, la noche en la que aquellos que habían burlado la voluntad de los cielos, volvían a la tierra en forma de cenizas.
Aquellos cuerpos que quedaran inmóviles en la tierra, alimentarían a los lobos, unas horas después. Y entonces el circulo estaría cerrado.
No hubo plegaria, en esa noche oscura y vívida, que pudiera tapar la cólera de quien alguna vez fue ignorado. La noche en la que el amor se convirtió en castigo y purgatorio.
La noche en la que el Diablo se vistió de gala, para bailar al rededor de la fogata de piedra.


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