Ultimo suspiro

«Incluso sabia que, aunque este fuese el final, debía enfrentarme a el. Me creo para matar a una mujer que no merecía semejante final, y por primera vez tuve compasión. Compasión por aquellas almas que jamas podrían ver ni descubrir lo que yo vi y descubrí. Que jamas volverían a ver la luz, y serian cazadas por siempre.

La sangre emanaba de mi vientre como si fuese un río enfurecido, y sus fuertes pasos se acercaban a mi, para finalmente acabar con mi existencia, una vez más.
No quería mis dagas, así que no había posibilidad de negociar. Su ira y su locura portaban un poder incalculable y terrible, incluso para él mismo.
Fue entonces cuando pude ver, con mis temblorosos y nublados ojos, una hermosa presencia que aparecía detrás de él.
Con su brazo derecho completamente destruido, tomó la empuñadura de una de las dagas con su boca, y la otra daga con su mano izquierda.
Se abalanzó con furia contra el General, empujándolo con todo su poder contra la pared y enredando su pelo en su cuello.
Una de las dagas la clavó en una de sus manos, y con su boca asestó la otra daga en la mano restante.
Y así, el gran General, emitiendo gritos desaforados, quedo crucificado contra la pared de su propio castillo.

Con su mano sana, la perpetradora de semejante barbarie, tomo del cuello del general su medallón roto. Las manos de su enemigo comenzaron a volverse blancas, como si de piedra blanca se tratase, mientras éste emitía gritos y gemidos de dolor y desesperación, mirando sus manos e intentando zafarse de la pared.
Las dagas comenzaron a absorber todo su poder, que era tal, que empezaron a quebrarse poco a poco.
Acqua corrió rápidamente hacia mi, me agarro de la campera y me arrastro hacia un portal negro, del que ella había salido.

Y entonces me envolvió la oscuridad, y la oscuridad nunca había sido tan confortante como ahora.»

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