La suave neblina va cubriendo poco a poco, los recuerdos que me quedan de ti. El calor se apaga, la dulzura se amarga, el amor se disipa. Y tu Ser se escurre de mi, como arena entre mis dedos, y ya no me es posible mantenerte dentro mío.
Con miedo, presumo, asumo, que todo se ha desvanecido. Todo lo que fue, todo lo que quise que fuera, todo lo que jamás pudo ser. Oh, pero ya conozco este sentimiento. Este dolor en el puente que conecta mi pecho con mis entrañas. Lo conozco. El dolor punzante, agobiante, angustiante, de saber, que todo volverá a la nada. Al vacío desde donde se creó.
Que volveremos a ser extraños, que nuestros caminos no volverán a conectarse al menos, en eones. Y queda entonces, en mi, esta cáscara vacía que es el anhelo, de lo que hubiera deseado conocer.
Y mientras veo como todo se desvanece en polvo, lentamente, las lágrimas en mis ojos brotan mientras me rindo a lo inevitable, a saber, que jamás me quisiste más que mía. A saber, que jamás te quisiste más que tuyo. A saber, que todo fue demasiado hermoso, y demasiado rápido.
¿Valió el intento? Me pregunto. Al final solo he reconocer que esta intensidad, aunque ahuyenta a otros, sólo termina lastimándome aún más. ¿Se trata entonces de disminuir mi esencia? O quizás se trata de cerrar las compuertas, de una vez y para siempre.
Puedo sentir mis ojos, volviéndose polvo, mientras cerrados, lentamente, trato de aferrarme a la última imagen de tí en mi retina. Caigo de rodillas en la arena y me dejo llevar, por el vacío, por el olvido, por el mar.


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