
¿Cómo se sentía, cuando habitaba fuera de la jaula? ¿Cómo se sentía cuando tenía la capacidad de volar, pero no lo sabía?
Y dejo que esta pregunta resuene una y otra vez en el fondo de mi cabeza, como si intentara invocar recuerdos de mi niñez.
Recuerdos de una vieja versión mía, que se sentía libre y absolutamente conectada con la magia del Mundo. Cuando no me aferraba a nada ni nadie, porque no esperaba nada de nadie.
Esa niña de ojos curiosos que miraba a los árboles con melancolía, que hablaba con las olas del mar, y con personas no visibles.
Esa pequeña que sabía perfectamente quién era y amaba serlo, aunque nadie se le acercara.
¿Cómo se sentía vivir fuera de la jaula del amor transaccional? Ese que te pide que des para recibir. Ese que toma y siempre quita, pero rara vez da en equidad.
Libre de amores turbulentos y expectativas sombrías. Libre del dolor del abandono y el vacío.
Aquella niña que siempre era abandonada, una y otra vez, y que sin embargo, siempre dejaba la puerta abierta, porque sabía ella que sólo era un puente de paso.
Un puente. Una valquiria, un barquero. Ermitaña que andaba e iluminaba transeúntes por igual, sin importar sus circunstancias. Aquella que no elegía, sólo estaba dispuesta a recibir a quién se acercara, independiente de sus intenciones.
Un espíritu errante en cuerpo de mujer que nunca cuestionó, nunca le importó, sólo hizo su trabajo, una y otra vez. Y el rol de salvadora, se convirtió en su propia jaula.
¿Cómo se sentía el Mundo antes de que nacieran los sanadores? No guardo memorias de esas épocas, pero lo sé en la piel.
Y ahora que la jaula se desvanece, me pregunto cuál será la siguiente, y la siguiente, y la siguiente. Suelto toda resistencia y me dejo guiar por las calmadas aguas del flujo de la Vida, que me llevan a un próximo puerto, más solitario quizás, que el anterior.
¿Cómo se hubiera sentido el ave de alas rotas sin jaulas donde habitar?

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