
Navegaba, deambulaba, sin rumbo fijo. Donde mi alma intentaba llevarme, y la razón se resistía.
Intentaba no buscarte, y sin embargo, la sensación de tu ausencia siempre aparecía.
Intentaba recordar tu rostro, tu voz, sin éxito. Pero me aferraba a la vibración que ejercías en mi alma.
En lo profudo.
Algo que sé que reconocería en cualquier Mundo, en cualquier tiempo, sin importar nuestros cuerpos o edades.
Esa huella impregnada en ambos, que ante el acorde más ténue y tímido, nuestras almas resonarían.
Y fue allí, donde finalmente nos encontramos.
Exhaustos, malheridos, pero sanando.
Como dos aves fénix tomando aire profundo, a punto de renacer.
Allí, amor mío, te encontré.
Danzando entre lobos sedientos de nuestros miedos y fantasmas, intentaba abrirme paso en tu Mundo.
Y tú en el mío.
Y noche tras noche pude comprender, como las jaulas que cada uno estaba habitando, comenzaban a desmoronarse.
Pude ver con claridad, que eras tú, a quien me había jurado y prometido, tantos milenios atrás.
Pude finalmente, bajar mis armas, y descansar en tus brazos, porque sabía que finalmente, había llegado a casa.

Deja un comentario